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A unos 15 kilómetros al interior del lago aparecieron las luces que por un rato fueron compañeras de un conocido escritor patagónico junto a compañeros de caminatas. La experiencia que resulta poco frecuente y por momentos fantásticas no es novedad en los cielos patagónicas, junto a este relató otras decenas de experiencias similares fueron compartidas. Leé el relato completo de los testigos del las luces del Lago.
Alejandro Aguado es historiador y conoce como nadie los
rincones de la Patagonia a la que refleja con colores únicos a través de los
personajes y paisajes que reúnen sus escritos. A través de la red social
compartió una experiencia única que pudo vivir junto a dos amigos al bordear el
Lago Musters.
“Era de noche, regresábamos cansados pero satisfechos de
haber ascendido el cerro Ciarlotti, en inmediaciones del paraje Los Tamariscos.
Terminábamos de atravesar la sierra de San Bernardo y costeábamos la margen oeste
del lago Musters, en el centro sur de Chubut. Con Gustavo conversábamos acerca
de los personajes fantásticos que rescaté para mi libro “Patagonia fantástica”.
A un costado, a 10 o 15 kilómetros hacia el interior del lago y a unos 50
metros de altura, alcancé a ver una luz verde de gran tamaño que se achicó
hasta desaparecer. Lo comenté y les pedí
a Gustavo y a Hugo que
observaran. Al ir manejando debía concentrarme en la ruta, que en ese tramo
estaba con la cinta asfáltica muy deteriorada. Cuando nos pudimos detener en
la banquina, frente a la costa sur del lago, las luces eran cinco: verdes,
blancas y azules. Mientras algunas se mantenían suspendidas en el aire en un
punto fijo, otras aparecían o desaparecían, como si las apagaran o prendieran
accionando un interruptor. Dos o tres se desprendieron de otras y se alinearon
a su lado. Entre tanto, a nuestro lado pasaban algunos vehículos sin prestar
atención a lo que sucedía. Ni bien estacionamos, intenté registrar el
fenómeno tomando fotos o filmando con una cámara de alta definición. Pero cada
vez que les apuntaba, el visor se ponía completamente negro. Al no poder
cumplir con el propósito, cambié la cámara por un celular, pero con igual
resultado. Gustavo bajó de la camioneta para intentar fotografiarlas con su
celular. En ese momento, una de las luces se desacopló de otra y en segundos
estuvo sobre nosotros, triplicando su tamaño. Con Hugo exclamamos: “¡Se nos
viene encima!” Bajé de la camioneta para avisarle a Gustavo que nos íbamos. En
plena noche, en un descampado y en presencia de tal fenómeno, no sabíamos qué
podía suceder. Uno se siente expuesto, indefenso. Al retornar a la cabina Hugo
me indicó que mirara hacia su lado: cerca nuestro, a baja altura, se
encontraban suspendidas en el aire otras dos luces de color rojo. Concentrados
en las que estaban sobre el lago, no nos habíamos dado cuenta de las que nos
acompañaban a pocos metros de distancia.
Seguimos viaje hasta una de las estaciones de servicio de
Colonia Sarmiento. Allí permanecimos un tiempo, para asimilar el impacto de lo
presenciado. Probé el funcionamiento de la cámara apuntando hacia lugares en
penumbras y los captaba con nitidez.
Funcionaba bien. Tras deliberar
sobre qué hacer, ya que quería regresar para volver a intentar
filmarlas, se impuso la opción de seguir hacia Comodoro. Al regresar a la ruta,
la intuición me hizo comentar: “Seguro que más adelante las volvemos a
encontrar”. Viajábamos en silencio, observando el paisaje en penumbras,
interrumpido por reconocibles luces de viviendas, algunos vehículos y lejanas
instalaciones petroleras. Cuando se recorrió ese tramo de ruta infinidad
de veces, todo resulta reconocible. 20 kilómetros después, en la zona de
chacras vecinas a la vieja estación de ferrocarril de Colhue Huapi, tras la
silueta en penumbras de una cortina de álamos detecté otra de las luces. Al
momento de detenernos eran tres, dispuestas en línea recta. En un parpadeo
aparecían junto a la sierra de San Bernardo (a 28 km de distancia) y en otro
parpadeo reaparecían junto a los álamos. Como en el lago, unas se desprendían
de otras. Las 11 que habíamos visto hasta entonces se movilizaban en torno al
agua: el cauce del río Senguer y chacras que se riegan por inundación, y el
lago Musters. Con la cámara la situación era la misma que al principio, parecía
que algo impedía fotografiarlas o filmarlas. Para verificar si era una falla de
las cámaras, apuntaba a la distancia a unas torres de petróleo iluminadas y las
captaba con nitidez. Pero al girar hacia las luces la pantalla se volvía a
oscurecer. Mientras se lo mostraba a Hugo, Gustavo comentó desde el asiento
trasero: “Les pude tomar fotos!!” En dos se veían apenas dos puntitos luminosos
en la noche, pero en una tercera se veía que una se desprendía de otra que
parecía tener una forma similar a herradura. Nos podíamos dar por satisfechos,
al menos contábamos con imágenes que nos recordarían lo vivido. Eran pruebas,
antes que nada, para nosotros mismos. Que no fue una fantasía producto de la
imaginación, que no era algo que podríamos olvidar negando lo que vimos,
sepultándolo en algún lugar de la memoria. Éramos tres lo que compartíamos la
experiencia.
Se suelen escuchar muchas historias sobre vivencias
similares, pero protagonizarlas resulta un tanto perturbador. Se suele entender
a esas apariciones como algo de la ficción, propia de la televisión o el cine.
Al relatarlo y compartir las fotos de forma privada, fueron muchos los que
coincidieron en ser testigos de experiencias similares en la zona. También hubo
quien comentó que no mucho tiempo atrás, habitantes de Sarmiento acostumbraban
ir a pasear al lago en coincidencia con la fecha que las vimos, para observar
las luces que solían sobrevolarlo”.