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Hace más de 10 años que Adrián Gianni se dedica a la construcción y reparación de instrumentos. Se trata de un oficio que mezcla distintas artes y que “cumple una función muy hermosa que es generar sonidos”. Esa actividad se convirtió en su forma de vida y también en su sustento.
La carpintería,
los sonidos y los instrumentos parecen ser una trilogía inseparable en el andar
de este joven artista del barrio General Mosconi. Siempre inquieto en sus múltiples
facetas de la vida, Adrián Gianni le contó a Con Sello Patagónico su camino por el oficio de construir instrumentos musicales.
Sus pasos
por la enseñanza primaria fueron en la Escuela 43 y continuaron en el Colegio Biología
Marina, a pesar de sus inquietudes por el arte. Una vez egresado se instaló en
Buenos Aires para estudiar escultura en el Instituto Universitario Nacional del
Arte (IUNA).
“En mi
búsqueda me definí por el arte con una incertidumbre bárbara, todos se iban a
estudiar para abogados o médicos, y uno artista destinado a sufrir lo que te
venden”, analizó desde su taller de Kilómetro 3. Pasaron unos tres años hasta
que “empecé a fabricar un charango con un tronco” que había en la casa de un amigo
suyo.
Después fue a un taller en la denominada “Manzana de las Luces”, en un antiguo edificio del barrio de Cabildo. Allí conoció a un hombre al que le decían “El Waira”, quien resultó ser el primer profesor de un docente que más tarde le enseñó el oficio en la Escuela de Luthería de Tucumán. A su primer charango le siguieron otros dos antes de emprender su estadía en esa provincia del noreste argentino.
Para Adrián ese
especial oficio combina la carpintería, la ebanistería (especialización de la
carpintería orientada a la construcción de muebles), la música y la estética. “Es
una mezcla de muchas artes y me encantó porque te permite ser muy creativo, darles
tu toque a los instrumentos”, resumió.
La lutheria “mezcla varias artes:
tenés el sonido que tira el instrumento que es lo más importante, lo estético,
la funcionalidad, la construcción, la caja de resonancia que es un trabajo de ebanistería
prácticamente; una cosa muy bella que se le da un valor estético. También es un
ensamble, una pieza escultórica por ser un mueble, pero que cumple una función
muy hermosa que es generar sonidos”.
La luthería también
cumple “una función social porque al hacer sonar las guitarras podes preservar
la cultura de un lugar”, aunque Comodoro “no está mucho esa costumbre, está la
cultura del capitalismo”, comparó.
Su profesor
en Tucumán “me dijo que las guitarras había que arreglarlas todas, que no había
que discriminar a ninguna guitarra porque no sabemos en manos de quien va a
terminar y quizás termine en manos de un genio que su primer guitarra no fue de
calidad, pero ejecutable y eso va a permitir más adelante ser un gran músico”, graficó.
Su experiencia pasó “más que nada aprender de tu profe y tus compañeros. Después la luthería es seguir investigando por uno mismo y hacer; la teoría puede ser una cosa, pero si no aplicás queda todo en los libros”, diferenció el artista.
UNA FORMA DE VIDA
Adrián
construye guitarras, charangos, ukeleles, cuatros venezolanos, cajones
peruanos, metalofón e instrumentos de viento como sikus, quenas, pincullos. Muchos
“andan dando vueltas por todos lados”, pero también llegan para reparar “instrumentos
raros de otros países y hay que arreglar todo, uno se da maña y lo puede
resolver”.
Una vez “fabriqué una balalaica, me descargue un manual que estaba en inglés de los años ’40 y lo
traduje. Pasé las pulgadas a centímetros y lo pude hacer”, recordó mientras terminaba
de colocar los trastes a una guitarra. Ahora “estoy fabricando un ronroco de
caja (charango grave) con 10 cuerdas y estoy terminando dos guitarras que están
a la venta”, puntualizó.
El luthier resaltó
que se dedica a las reparaciones porque “hay muchos instrumentos rotos y
abandonados, se cree que no van a servir más y con un par de reparaciones
vuelven a la vida”.
Para Adrián la luthería clásica “es un
oficio en extinción porque hoy en día hay muchas fábricas que escupen los
instrumentos, uno atrás del otro y por ahí no se le da el tratamiento y no se
usan los materiales que serían los óptimos, sino que se le busca la
funcionalidad, digamos”.
Por eso “tenés
muchas guitarras de alta gama, pero son de terciadas; las guitarras clásicas que
me enseñaron a hacer en la escuela son de maderas macizas y los espesores que
se laburan son muy finos. Los instrumentos son frágiles con un equilibrio en el
sonido y el espesor, el sonido corre por sus betas y entra en resonancia todo
el instrumento”, definió.
El también músico
recicla maderas de muebles antiguos o estacionadas de casas demolidas. “Es la
madera que me gusta ocupar porque estoy seguro que está seca, tiene el corte
que yo quiero. También compro maderas, pero depende para que parte del
instrumento se usa”, describió.
Reflexionó
que “hago este oficio, me encanta y no lo cambiaría por nada. Al final se
termina convirtiendo en una forma de vida y también es mi sustento. De boca en
boca me fui haciendo más conocido y hoy tengo bastante trabajo. La gente me
recomienda y muy contento de poder hacer lo que me gusta”.
Y tener a la
mano tantos instrumentos “siempre te invita a tocar y ejecutarlos. Además,
formo parte de una banda que se llama Sin Fronteras, hacemos folclore y música
andina. Estamos grabando nuestros primeros temas”, concluyó Adrián.
Quienes quieran
contactar al luthier comodorense pueden hacerlo a su página de Facebook @gianniluthier.