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Es vocera de los más de 300 trabajadores de La Saladita de Comodoro Rivadavia. Oriunda de Salta, llegó hace 12 años a esta ciudad en busca de un mejor pasar para ella y sus hijos. Con sus propias manos construye su casa, donde llegan más 40 niños para recibir merienda y enseñanzas bíblicas. El esfuerzo y el trabajo son su premisa. Conocé su historia.
Por:
Marianela Reñones / Twitter: @MariRenones
Ruth no me esperaba sola. Alrededor de la mesa de su casa ubicada en un cerro de la extensión del barrio San Cayetano de Comodoro Rivadavia, había unos cinco niños de diferentes edades y una joven mujer que almorzaban. Mientras terminaban de comer y nos acomodábamos para comenzar nuestra charla, me contaba que estaba alojando a una chica oriunda de Salta, con sus dos pequeños hijos desde hace algunos días, porque se encontraban en situación de calle.
“Mi casa siempre está llena. He ayudado a otras mujeres otras veces, cuando no tenían a dónde vivir. Siempre tengo gente viviendo acá porque los veo con la misma necesidad con la que un día yo me encontré”, dice Ruth Torres.
Llegó a Comodoro Rivadavia hace 12 años. Desde Salta, como tantos otros habitantes de la ciudad del viento, vino en búsqueda de oportunidades. “Con una mano atrás y otra adelante”, como refiere el dicho popular, arribó a la urbe petrolera solo con el anhelo de poder obtener un mejor pasar para ella y sus hijos.
“Como dice mi mamá, quisiera tener 15 años, pero con la experiencia que tengo ahora, ya voy a cumplir 40 años”, afirma Ruth y se ríe. Tiene cuatro hijos, la mayor quedó en Salta estudiando.
“Acá decidí asentarme, hacer familia y a echar raíces, como se dice. Los dos primeros años alquilé y después compré una mejora de chapa. Al principio me daba terror; pensaba voy a vivir sola, no conozco el barrio y todo lo demás, pero de a poco empecé a hacer amistades, conocí gente de Comodoro, de todos lados”, cuenta.
Y señala que a la ciudad vino “en busca de trabajo y de encontrarse con uno mismo para progresar. Uno viene acá, al sur pensando eso. Todos cuando están en Salta dicen que acá hay plata, que hay mucho trabajo, y uno viene con ese pensamiento, toda la gente se viene con ese pensamiento porque allá la gente es trabajadora de por sí, de chiquitos acostumbramos a los niños a trabajar”.
“Al principio salí a vender la mano, como todos los ambulantes. Iba por los barrios, a veces por la Rivadavia, a veces por la Polonia. Se hacía un poco difícil la situación. En Salta era viajar tres veces a la semana a buscar mercadería a Bolivia para vender. Te cuesta al principio porque llegas acá y tenes frío en verano, en invierno, todo el año, hasta que te acostumbras al clima. Hoy, si voy a Salta, creo que me moriría de calor”, remarca Ruth.
Y agrega: "Lo que decía mi mamá era cierto. Sus dichos eran ciertos. Mientras vos tengas un techo, una chosa, sea como sea, y sea tu casa, vos vas a estar tranquila. De a poquito se logran muchas cosas”.
Mientras conversábamos, más niños entraban y salían de la casa. Jugaban, reían, pedían jugo, acusaban a otros de las travesuras, y ella hacía un parate para responder cada una de las demandas de los pequeños. La de Ruth es una casa de puerta abiertas y en el medio del comedor los fierros para terminar una ampliación, en la que ella misma trabaja, junto a la ayuda de sus vecinos albañiles.
“Aprendí de mi padre cómo cavar un pozo, cómo usar la pala, cómo hachar. En Salta la mayoría no tiene gas, vive de la leña y teníamos que ir al monte a traer leña. Siempre mi interés fue el hacer mi casa. Creo que si mejorás la calidad de vida tuya y de tus hijos, ellos aprenden de eso. Esas son las enseñanzas que le dejas a tus hijos. No depender de nadie, sino poder lograr algo uno solo por medios propios, no importa el género que seas”, refiere.
Y cuenta también que en su hogar funciona una escuela bíblica a la que asisten niños del barrio. “A veces llegan a ser más de 45 niños, también meriendan y estamos necesitando un módulo para estar más cómodos”, dice.
“Hay que mirar la necesidad de la gente. Acá se trabaja por amor a la gente. Acá se juntan muchísimos niños. Cuando empecé a hacer el Día del Niño era lindo, vos ves a los chicos emocionados y hasta yo me emociono”, añade y se le llenan los ojos de lágrimas.
Ruth cuenta que su niñez “fue muy dura. Éramos una familia muy numerosa. Mi mamá tuvo que remar con nueve hijos. Vivía en La Quiaca y teníamos que vender el azúcar a Bolivia. Éramos estibadores. Después mi mamá se fue a vivir a Salta y de ahí empezamos de cero. Íbamos a limpiar el mercado de Coofruto y nos pagaban con verdura y fruta. Mi vida fue sufrida y a base de trabajo”.
LA SALADITA, “ESA PARTE DE LA SOCIEDAD QUE SE IGNORA”
Actualmente Ruth, además de ser vendedora de ropa en la "La Saladita", una de las ferias más populosas de la Patagonia, ubicada en un predio del barrio Quirno Costa de Comodoro Rivadavia, es vocera de los más de 300 trabajadores que conforman este centro comercial a cielo abierto.
Si bien hace unos cuatro años regresó a su tierra natal, Ruth dice; “no me siento ya allá, siento que pertenezco a Comodoro, porque tengo mi paz, el tiempo para mis hijos, mi lugar de trabajo”.
“Son dos días en La Salada, pero esos dos días los aprovecho; porque en la semana tengo que cuidar a mis hijos sola, como otras mamás que también son solteras y tienen que trabajar allí, tienen niños y La Salada no te mide horarios, trabajás como podes, de acuerdo a como puedas organizarte con los hijos. Más adelante quisiera alquilar un local y seguir progresando. Hoy la prioridad mía es el alimento de los nenes, un espacio físico donde puedan vivir de forma saludable”, asevera.
Para Ruth “La Saladita es la parte de la sociedad que falta en Comodoro" y explica: "Si vos vas a buscar un trabajo y no tenes un curriculum, capacitación, la gente no te toma, o te toman mitad en negro y mitad en blanco. Nosotros también evadimos impuestos en La Saladita, pero esta feria está por la misma necesidad de la gente. Si la gente va a trabajar ahí es porque necesita. Por más que tenga una jubilación o algo, yo veo que la gente mayor no tiene donde ir a trabajar. Es una parte de la sociedad que se ignora. Aquella mamá que tiene a su niño enfermo, aquella mamá que tiene hijos y no tiene con quién dejarlos a cuidado y necesita trabajar, La Saladita representa todo eso. La misma necesidad de mucha gente”, concluye.